domingo, 24 de julio de 2011

CUANDO SER NIÑO ERA SINONIMO DE INOCENCIA

Crecí en un barrio popular que hoy día se ha convertido en uno de los más viloentos de mi bello Panamá. Recuerdo aún mi barrio - El Chorrillo - que fue bautizado y recordado en uno de los inmortales poemas de Amelia Denis de Icaza (Al Cerro Ancón)
¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente
al pisarla un extraño se secó?
Su cristalina, bienhechora fuente
en el abismo del no ser se hundió.


En este barrio, en mi época, las únicas armas que veiamos eran las utilizadas por los policias de la entonces Guardia Nacional y las de nosotros, los niños, eran de agua o papelillo y sólo servían para divertirnos y jugar ladrones y policías. Casi no había niños gordos pues quemabamos bastante enrgía y grasa corriendo todo el día por el barrio jugando a las escondidas, la lata, la correa escondida, compañerito pio pio, guerrilla bate o futbol en los terrenos baldíos que quedaban después de derrumbar una de las viejas caseronas del barrio. Todos los niños del barrio (y la niñez se extendía casi hasta los doce años) nos conociamod y eramos amigos y la única rivalidad que existía en este barrio pobre y lleno de necesidades y escases se presentaba a la hora de la birria y del "maching" que al terminar sin importar quien se llevaba el "sencillo" terminabamos todos en una de las tantas tiendas de abarrotes de los santeños comiendo y compartiendo un delicioso y refrescante boli. Y así crecimos, sin odios, sin rencores, si rivalidad, en un barrio en el que todos los vecinos hacían de papá y mamá porque donde te vieran haciendo algo malo tenían el permiso expreso de nuestros progenitores, no sólo para regañar, sino hasta para pegar. Barrio hermoso y querido donde esperabamos con ansías que el reloj diera las seis y escuchar a la señora Yorlí, o a Baby, Miriam o Flarí gritar "pueblo" y correr todos en infantil estampida a buscar las presas de pescao, el domplin y el chicheme que ese día no se pudo vender. Tiempo hermoso en el que los niños amabamos hacer los mandados a las tiendas, pues después de pagar se nos llenaban las manos de "la ñapa" o "la pezuña" - pastillitas en forma de pescaditos que endulzaban nuestro paladar. En fin un barrio que aprendí a amar y una niñez en medio de una pobreza indescriptible donde cinco hermanos dormiamos en una cama camarote, rodeados de aguas negras, inmundicias, cucarachas, ratones y mucha necesidad pero en medio, igualmente, de altos valores morales que nos alejaron de la delincuencia. Gracias Papá, Gracias Mamá, por la educación que nos dieron y por poder decir hoy con el pecho henchido de orgullo "Yo Soy Chorrillero"

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